El trabajo es una categoría central de la filosofía, la antropología o la sociología. A través del trabajo las personas modifican su entorno y se modifican ellas mismas. Cada formación social desarrolla un tipo específico de relaciones sociales para atender la actividad laboral que impacta decisivamente en las características de cada sociedad y en la cultura y forma de vida de sus habitantes. La constitución misma de la humanidad como especie social está vinculada al desarrollo de relaciones cooperativas en el trabajo. Por otra parte el conflicto social derivado del mismo está en la base de las dos grandes organizaciones sociales: el capitalismo y el comunismo.

Hay tres posturas básicas sobre el trabajo humano. Durante la mayor parte de la historia de la civilización el trabajo fue considerado como una actividad despreciable. En la Biblia, aparece después de que Adán y Eva perdieran el paraíso:

(Yaveh Dios) Al hombre le dijo: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Génesis, Cap. 3)

La raíz idiomática de la palabra “trabajo” proviene del latín tripalium, (una herramienta configurada con tres puntas afiladas, y que se utilizaba para herrar los caballos o triturar los granos). En cualquier caso, tripalium era, asimismo, un instrumento de tortura, y por esto mismo tripaliare en latín significa torturar; identifica el trabajo con el sufrimiento.

Los griegos de la época clásica pensaban que solo el ocio creativo era digno del hombre libre. En la República de Platón, el trabajo es asunto de los esclavos o de los “almas concupiscibles      (trabajo en el campo, trabajo de artesanía); es una actividad física y empírica (del mundo sensible), por lo tanto, es vulgar e inferior a la ciencia y al intelecto (el mundo de las ideas). Para Aristóteles, el trabajo es degradante y no ayuda al hombre a conseguir la felicidad (que sólo puede lograr mediante la actividad del pensamiento). En los dos casos, el trabajo es despreciado porque está asociado al cuerpo y a la actividad física, que es menos “noble”, menos elevada que el pensamiento, y opuesto a las ideas.

Esta postura experimenta un profundo cambio a partir del Renacimiento cuando el trabajo dignifica a las personas que lo realizan. Es el tiempo de la revalorización de la ciencia y del saber humano. El hombre domina el mundo por su conocimiento y su voluntad. Se valoriza el trabajo (se le da un estatuto positivo) como ejercicio de las fuerzas humanas sobre la naturaleza: “el hombre tiene el poder de transformar los objetos de la naturaleza para producir objetos que van a satisfacer sus necesidades (naturales, culturales) y así contribuir a una vida mejor. El trabajo es, de este modo, la expresión propia del hombre y el proceso de su propio desarrollo. Siguiendo esta lógica, el trabajo debería ser fuente de satisfacción.

Desde mediados del siglo XIX, vinculado al desarrollo de la democracia y el sindicalismo, la esclavitud deja de ser la forma predominante del trabajo y pasa a ser reemplazada por el trabajo asalariado. Con él se consolida la valoración social positiva del trabajo.

En la actualidad tenemos una visión instrumental del trabajo. En la mayoría de los casos pensamos que sólo nos sirve para sobrevivir.

En general, los grandes pensadores (Aristóteles, Locke, Marx…) concedieron al trabajo un lugar central en sus teorías. Marx, por ejemplo, se encuentra a medio camino de las dos concepciones clásicas, porque si bien es cierto que considera positivo el trabajo por ser la actividad que permite transformar la naturaleza humanizándonos, no es menos cierto que desprecia el trabajo capitalista porque supone la alienación de los trabajadores.

(J. Muñoz Redón- M. Güell Barceló. Historia de la filosofía.2º bachillerato. Editorial Octaedro. Barcelona. 2009)