“Hay mucha prevaricación masculina en la historia humana, que parece una historia sólo de hombres”. (Luisa Muraro).
“¡Españoles! Franco ha muerto”, dijo el presidente Arias Navarro. Y a los dieciséis días, las españolas celebraban las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer. ¡Dieciséis días! Tardaron en organizarse. Durante los días, 6,7 y 8 de diciembre de 1975, quinientas mujeres llegadas de todos los rincones del país se concentraban en Madrid de forma clandestina. Nacía el movimiento feminista en España. No tenían tiempo que perder y mucho trabajo por delante.
1.“Todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos”.
Que en España no haya habido, hasta la muerte de la dictadura franquista, un sufragismo fuerte ni un gran movimiento de mujeres no quiere decir que históricamente no hubiera pequeños grupos organizados ni mujeres rebeldes que se negaran a vivir un destino no deseado, diseñado por otros para ellas. La gallega Concepción Arenal fue la primera que disfrutó de la reclamación por excelencia de todas las feministas: educación superior. Concepción Arenal nació en El Ferrol (La Coruña) en 1820 y decidió que estudiaría derecho en la Universidad de Madrid. Para ello, se vistió de hombre y acudió como alumna oyente. Teniendo en cuenta que la abolición definitiva de la Inquisición se produjo en 1834, la de Concepción Arenal fue más que un acto de rebeldía.
Ella misma se consideraba una reformista y así, toda su vida, hizo lo que quiso con inteligencia, audacia y sorteando una dificultad tras otra. El precio: esconder que era una mujer. En 1860 escribió La beneficencia, la filantropía y la caridad, obra de tal envergadura que mereció el premio de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. La presentó a concurso con el nombre de su hijo Fernando, al sospechar que los académicos no iban a conceder el galardón a una mujer. Académicos y público se quedaron pasmados cuando fue a recoger el premio un niño de diez años, cogido de la mano de su madre. Aunque lo intentaron, ya no podían echarse atrás, así que Concepción Arenal se convirtió en la primera mujer premiada por una Academia.
Concepción Arenal continuará usando ropas masculinas tras casarse con Fernando García Carrasco para acudir juntos a las tertulias que por aquel entonces se celebraban en Madrid. Arenal conseguía de esta manera no ser importunada. El matrimonio también comparte las colaboraciones periodísticas en el diario La Iberia hasta que Fernando García enferma de tuberculosis y es ella quien escribe los artículos, firmados con el nombre de su marido. Cuando queda viuda, su mejor amigo demuestra al director del periódico que era ella quien realmente escribía y, por lo tanto, lo justo de mantenerle el trabajo- y el sueldo-, único ingreso con que contaba para ella y sus dos hijos. El director acepta pero, en lugar de las dos onzas de oro que recibía su marido, decide pagarle la mitad.
Los derechos de las mujeres y la situación en las prisiones son dos de los temas que más preocupan a Concepción Arenal y que estudia abundantemente en sus libros. En 1865 publica Cartas a los delincuentes, considerada una obra pionera en la que trata de demostrar que la delincuencia es resultado de la marginación social. Tres años más tarde, en 1868 da a conocer La mujer del porvenir, uno de los estudios más lúcidos de la época sobre la situación subalterna de la mujer, que fue seguido en obras posteriores por autoras como Emilia Pardo Bazán. En 1884, competa su trabajo con El estado actual de la mujer en España.
Hacía sólo dos años, en octubre de 1882, que Dolores Aleu había defendido su tesis doctoral ante el tribunal que la examinaba en la Universidad Central de Madrid, con estas palabras:
Hago uso de un derecho ya indiscutible, por más que –y esto es lamentable-, tenga límites en un corto número de españolas[…] Parece increíble que hay quien crea y diga que la instrucción de la mujer es un peligro[…] Hágase, si no, la prueba: póngase al niño y a la niña en las mismas condiciones, tanto de instrucción como de educación, tanto del medio como de los alimentos, tanto de los hábitos como de las preocupaciones sociales, y creo que nos encontraremos con mujeres que saldrán buenas y otras que será inútiles, lo mismo que pasa con los hombres.
Dolores Aleu se convertía en la primera mujer doctorada tras haberse licenciado en Medicina. Aleu fue coetánea de Emilia Pardo Bazán, la gran rebelde. Fue Pardo Bazán la primera mujer en recibir una cátedra de Literatura en la Universidad Central de Madrid- que nunca pudo ejercer-, y la que más sacó los colores a la real Academia Española. La institución era un cortijo masculino en el que se hacía y decidía sobre la lengua de todos y todas. Por sus respuestas ante las peticiones de ingreso, parece que el conocimiento, saber y reconocimiento de las mujeres no le importaba lo más mínimo. Antes que Pardo Bazán ya habían intentado entrar Gertrudis Gómez de Avellaneda y Concepción Arenal. Ninguna lo consiguió. La Real Academia Española permaneció cerrada a las mujeres ¡300 años!, hasta 1981, cuando Carmen Conde, por fin, rompe el abuso. Pero ninguna aspirante fue tan explícita como Pardo Bazán: “Que se otorgue al mérito lo que es sólo del mérito y no del sexo”.
Había nacido Emilia Pardo Bazán en la Coruña en 1851. Fue hija única de una familia con economía desahogada y con 17 años ya estaba casada con José Quiroga, con quien tendrá un hijo y dos hijas. Las filias y fobias políticas de su padre llevaron al joven matrimonio de Galicia a Madrid y de allí por media Europa. Cuando en 1873 la familia regresa a Madrid, Emilia Pardo Bazán tiene 22 años y ya ha aprendido inglés, francés y alemán. La escritora comienza a publicar novelas con reconocimiento del público hasta que escribe unos artículos sobre el naturalismo que resultan muy polémicos y la colocan en el centro de todas las críticas. No sólo literarias, claro: se le reprocha que está casada, que tenga hijos, que sea mujer, en definitiva. La presión es tal que su marido, hasta entonces cómplice y admirador de su obra, le exige que abandone la literatura. Pardo Bazán elige abandonarlo a él y el matrimonio se separa.
La primera novela de la escritora tras esa ruptura es La tribuna, una obra novedosa y sólidamente documentada que defiende los derechos de las cigarreras, una actividad industrial ocupada en España masivamente por mujeres. Tras ésta publicará Los pazos de Ulloa, su mejor trabajo. Emilia Pardo Bazán vivió y escribió hasta su muerte, en 1921, para ser libre y económicamente independiente. Como a todas las rebeldes, ser mujer no le resultó un hecho sin importancia. En 1890, publica La mujer española, una compilación de artículos en los que trata, entre otros, los temas de la educación y la maternidad. Sobre el primero, se distancia de quienes defienden la educación femenina para que las mujeres puedan ser mejores madres e instruir mejor a sus hijos:
… considero altamente depresivo para la dignidad humana el concepto del destino relativo, subordinado al ajeno. La instrucción y cultura racional que la mujer adquiera, adquiéralas en primer término para sí, para desarrollo de su razón y natural ejercicio de su entendimiento.
Y sobre la maternidad, rotunda y lúcida escribe:
Además de temporal, la función (de la maternidad) es adventicia: todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal, que sólo se cultive por la cosecha.
Se cerraba el siglo XIX con las españolas entrando en la universidad y en las artes, aunque el mundo del conocimiento permanecía sin conquistar puesto que los intelectuales de la nación aún aceptaban muy mal la competencia en el feudo del saber. La enorme cultura y la insaciable curiosidad de Emilia Pardo Bazán no siempre fueron reconocidas con admiración. La sociedad la calificó, a modo de insulto, de heterodoxa, atea, pornográfica, naturalista y feminista.
Resultan curiosos los celos que manifiesta Menéndez Pelayo a Emilia Pardo Bazán- en una carta a su amigo Juan Valera-, que a falta de defectos que poner en cuestión, la acusa de lo que en los hombres era reconocido como muy meritorio: “Hay en todo esto cierta inofensiva pedantería que a mí me hace gracia y que nace principalmente del prurito de aparecer siempre al tanto de la última palabra del arte y de la ciencia”.
2.” ¿Por qué se ha de continuar llamándonos sexo débil?”.
Los varones no sólo aceptaron mal la competencia intelectual, lo mismo ocurrió en las fábricas. En esa época, en la que las españolas comenzaban una a una a asomarse por la universidad, miles de mujeres ya trabajaban en la industria en condiciones de extrema dureza. Aunque España permanecía ajena a las ideas más modernas o renovadoras, la industrialización que comendó de forma tímida también a finales del siglo XIX incorporó masivamente a las mujeres.
La tremenda situación en la que se encontraban las trabajadoras quedó reflejada en los informes de la Comisión de reformas Sociales creada en 1883. Según estos, las mujeres trabajaban entre doce y catorce horas diarias en condiciones infrahumanas, en centros industriales con pésimas condiciones higiénicas y, en la mayoría de los casos, situados a kilómetros de distancia de sus hogares.
Así las cosas, ese mismo verano se convoca en Sabadell la llamada “Huelga de las siete semanas”, que movilizó a miles de trabajadoras y en la que destacó Teresa Claramunt, una de las primeras obreras españolas con discurso feminista. A Claramunt se la recuerda como militante destacada del Movimiento Libertario Español y como fundadora de un grupo anarquista de trabajadoras de la rama textil. Su actividad cesó tras sufrir una dura represión. En 1891, contrajo una parálisis en la cárcel que le impidió continuar su lucha obrera. Aún así, en 1929 habló por última vez en un mitin. Pero ya en 1899, Teresa Claramunt escribía:
En el orden moral, la fuerza se mide por el desarrollo intelectual no por la fuerza de los puños. Siendo así, ¿por qué se ha de continuar llamándonos sexo débil? […] El calificativo parece que inspira desprecio; lo más, compasión. No, no queremos inspirar tan despreciativos sentimientos; nuestra dignidad como seres pensantes, como media humanidad que constituimos, nos exige que nos interesemos más y más por nuestra condición en la sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas a capricho del tiranuelo marido, el cual, por el solo hecho de pertenecer al sexo fuerte, se cree con derecho de convertirse en reyezuelo de la familia (como en la época del barbarismo).[..] Hombres que se apellidan liberales los hay sin cuento. Partidos, los más avanzados en política, no faltan; pero no los hombres por sí, ni los partidos políticos avanzados se preocupan lo más mínimo por la dignidad de las mujeres.
La reacción a esta primera protesta colectiva de mujeres trabajadoras en Sabadell no se hizo esperar. En España, el siglo XX comenzaba con la ley de Trabajo de Mujeres y Niños, promulgada en 1900. Fue la primera de una serie de medidas legislativas que limitaron el trabajo de las mujeres en la industria. Como bien habían dicho las feministas socialistas europeas, no se trataba de proteger a las mujeres, sino de echarlas del trabajo remunerado. Sus compañeros, en vez de defender que a igual trabajo igual salario y con ello evitar que a las mujeres se les bajaran los sueldos y no fuesen competencia ilícita y, de paso, que el trabajo se repartiera por igual entre hombres o mujeres, optaron por lo contrario. Los trabajadores hicieron huelgas, entre ellas las de varias fábricas de pasta de Barcelona donde llegaron a estar cuatro mese sin trabajar hasta que consiguieron expulsar a las mujeres.
Pero las obreras debieron pensar algo similar a lo dicho ya en 1846 por Carolina Coronado sobre las mujeres en el arte. “Es inútil que decidan si la poetisa debe o no existir porque no depende de la voluntad de los hombres”. En 1930, eran el 12,6% del total de la mano de obra. Las condiciones sociales para ellas también fueron tremendamente restrictivas. Su vida laboral terminaba a los 25-30 años, cuando por matrimonio o nacimiento de los hijos eran obligadas a abandonar el trabajo asalariado y dedicarse por entero a la familia. Sus empleos se consideraban subsidiarios a los del esposo y para ellas, las opciones profesionales estaban limitadas.
En todos los campos las puertas estaban cerradas para las mujeres pero éstas demostraron una audacia insólita. Recoge Isaías Lafuente una atrevida historia de amor que da fe de la valentía de las mujeres jugándose el tipo contra las imposiciones fueran del orden que fueran. Ocurrió en la parroquia de san Jorge, en la Coruña, donde dos maestras gallegas, marcela Gracia y Elisa Sánchez vivieron una intensa relación amorosa. Se había conocido de adolescentes en la escuela y al percibir los padres de Marcela que algo extraño ocurría, fueron separadas. Pero al terminar la carrera ambas amigas fueron destinadas a aldeas vecinas de Galicia: Elisa a Calo; Marcela, a Dumbría, donde ocupó la casa-escuela que el pueblo dejaba a disposición de su maestra. Durante dos años, cada noche, Elisa recorría a pie los doce kilómetros que separan las aldeas para dormir con Marcela. Cansadas de la clandestinidad, Elisa se convirtió en Mario. Masculinizó su aspecto, vistió pantalones y se inventó un pasado: infancia en Londres, padre ateo que no quiso bautizarlo de niño…Consiguió convencer al padre Cortiella, párroco de San Jorge para que lo bautizase y le diese la primera comunión y, convertida ya en Mario, el 8 de junio de 1901, a las siete y media de la mañana, se celebró la boda. La primera noche como marido y mujer la pasaron en la pensión de Concubión. Fue La Voz de Galicia quien publicó el engaño, lo que hizo que el matrimonio tuviera que marcharse del pueblo primero y del país después, tras haber sido dictada una orden de busca y captura contra ellas.
Nadie sabe cómo terminó su viaje- en Oporto embarcaron rumbo a América-, pero en la historia queda la valentía de dos mujeres que se enfrentaron a todas las normas que las obligaban a vivir como no eran ni querían.
3. El ángel del hogar.
Y es que las españolas, todas, por decreto, tenían que ser ángeles, eso sí, ángeles recluidos en sus hogares. Cuando comienza el siglo XX y prácticamente hasta que Clara Campoamor, casi en solitario, hace del derecho al voto femenino un derecho irrenunciable, en España sólo existía un modelo femenino aceptado socialmente. Se consideraba que la mujer era inferior por su debilidad física y psíquica y por lo tanto, estaba justificada su permanente tutela por un varón. Primero el padre, liego, el marido, porque lo adecuado era estar casada y ser madre, el único objetivo vital. Ser una mujer soltera era lo peor que podía ocurrir y sólo el convento se aceptaba como alternativa.
Además de estas obligaciones sociales y de servicio hacia los demás, las mujeres también tenían obligaciones de carácter. Todas debían ser obedientes, abnegadas, humildes y cariñosas. Todas debían estar siempre dispuestas y disponibles para las atenciones que requirieran el resto de los miembros de la familia y una única virtud era inexcusable: tener probada honradez o, en palabras de Pardo Bazán, “poseer o simular poseer una única virtud, la castidad”.
Este ideal de “ángel del hogar” era defendido tanto por los discursos teológicos como científicos y cuestionado por obreras y feministas. Como las contradicciones se hicieron evidentes, se modeló el ideal y el discurso patriarcal para adaptarlo a los nuevos tiempos: el concepto de inferioridad natural quedó en desuso y se sustituyó por el de las diferencias biológicas y psicológicas entre hombres y mujeres. De esta manera, con un nuevo vocabulario y nuevos conceptos, el fin es el mismo: hombres y mujeres tienen distintos derechos y capacidades. Por lo tanto, las mujeres pueden trabajar y recibir una educación que les permita sobrevivir en caso de necesidad, pero el matrimonio y la maternidad continúan siendo su prioridad y su fin vital. España entró en el siglo XX con un altísimo nivel de analfabetismo. Entre las mujeres, la cifra se elevaba al 71%. De ahí que en las tres primeras décadas del siglo la educación fuera un gran campo de batalla y de trabajo.
4. Intelectuales, modernas y sufragistas en el Lyceum Club.
El primer paso se consiguió en 1910. Después de tanta rebeldía desde Concepción Arenal por fin, las españolas pueden asistir a la universidad. En los años siguiente se irán abriendo, sucesivamente, la Residencia de Estudiantes- defiende idéntica educación para hombres y mujeres-, la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas- gracias a sus becas por primera vez muchas españolas se forman en el extranjero-, el Instituto Internacional de Madrid y, posteriormente, la Residencia de Estudiantes para Mujeres. Con la apertura de todas estas instituciones, jóvenes como María de Maeztu o Victoria Kent, por ejemplo, recibieron una extraordinaria formación.
Pero además, el sufragismo no había sucedido en vano. Aunque en muchos países como España apenas se vivió, dejó un halo de libertad tras de sí que modificó la vida de pequeñas elites de mujeres en toda Europa. Se conjugaron los deseos de libertad de las mujeres con pequeñas modificaciones legales de los respectivos gobiernos obligados a seguir el ritmo social. España no fue una excepción. Así, en 1918 coinciden dos hechos importantes. Por un lado, se aprueba el estatuto de funcionarios públicos, que permite el servicio de la mujer al estado-sólo en las categorías de auxiliar-. Clara Campoamor- en Correos- y María Moliner- en el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios-, fueron de las primeras mujeres que aprovecharon esta rendija para accede a un empleo.
Y en ese mismo años, el 20 de octubre, un grupo de mujeres se reúnen en el despacho de María Espinosa de los Monteros-una mujer dedicada a sus propis negocios-, y constituyen la Asociación Nacional de Mujeres Españolas ( ANME). En ella se integra un grupo heterogéneo de mujeres de clase media, maestras, escritoras, estudiantes y esposas de profesionales entre las que estaban María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Elisa Soriano o Benita Asas. La ANME se coordina con otros grupos de mujeres y juntas forman el Consejo Supremo Feminista de España.
Siguiendo esta onda expansiva surgirán otras organizaciones: la Unión de Mujeres de España, la Juventud Universitaria Feminista, Acción Femenina-creada en Barcelona-, o la Cruzada de Mujeres Españolas, donde destaca la periodista Carmen de Burgos. Y fueron ellas, las agrupadas en la Cruzada de Mujeres Españolas, quienes organizaron el primer acto público feminista en España: en la primavera de 1921 se celebra la primera manifestación de las feministas españolas. Las militantes recorrieron el centro de Madrid repartiendo in manifiesto a favor del derecho al voto de las mujeres. El texto estaba formado por un amplio grupo, desde Pastora Imperio a la marquesa de Argüelles o las federaciones Obreras de Alicante. Mientras, el sistema político de la Restauración agonizaba. El golpe de estado de Primo de Rivera, el13 de septiembre de 1923, definitivamente acabó con él estableciendo una dictadura militar.
La presentación que hizo Primo de Rivera de su régimen es antológica: “Este movimientos es de hombres. El que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos”. Tras esa declaración de principios, respecto a las mujeres el general opta por el paternalismo. Así que, paradójicamente, fue con la dictadura de Primo de Rivera- en septiembre de 1923-, cuando se promulgó el Estatuto Municipal, que otorgó el voto a las mujeres…salvo a las casadas-la mayoría-, con el fin, aseguraban, de evitar discusiones en los hogares. Es decir, un voto que no era para todas y además no sirvió para nada porque no se pudo ejercer durante la dictadura. Salvo en una especie de simulacro electoral con el que el dictador pretendía reforzar su régimen. Este amago de referéndum se celebró el 11 de septiembre de 1926 y en él se permitió, por primera vez, participar a todos los españoles mayores de 18 años, sin distinción de sexo. Como diría Clara Campoamor, años después:”Lo que la dictadura le concedió a la mujer fue la igualdad de la nada”.
Es en ese ambiente paternalista y falto de libertades en el que se abre el Lyceum Club, en 1926. Lo fundó María de Maeztu con el grupo de mujeres que se reunían en la Residencia de Señoritas, creada para suplir la falta de un espacio público cultural. El Lyceum fue concebido como un lugar de debate y reflexión similar a los clubes de mujeres que existían por Europa. En él se reunían las dos generaciones de españolas que protagonizaron los primeros pasos de la rebeldía. María de Maeztu, María Goyri, Victoria Kent, Isabel de Oyarzábal (escritora y diplomática que firmaba entonces con el pseudónimo de Beatriz Galindo), María Lejárraga, Margarita Nelken… El Lyceum fue respetado y criticado casi en la misma medida. Mientras que los medios de comunicación generalmente recurrían a sus socias pidiendo opinión sobre determinados asuntos, algunos personajes públicos llegaron a calificarlo como “el club de las maridas” por el número de esposas de hombres ilustres que allí se reunían. Claro que las “maridas” no eran menos ilustres que ellos. Allí estaba, por ejemplo, Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez. Cuando Camprubí llegó a España, hablaba inglés y francés además de castellano. Había traducido la obra del premio Nobel hindú Rabindranath Tagore y disfrutaba de una desahogada situación económica. De hecho, fue ella quien mantuvo económicamente a la pareja gracias a su trabajo. También se reunía en el Lyceum la esposa de Gobera, Encarnación Aragoneses, que con el pseudónimo de Elena Fortún, fue la creadora de Celia. Y María Lejárraga, brillante mujer que durante toda su vida escribió las obras que firmaba su marido, Gregorio Martínez Sierra. Lo cierto es que el Lyceum se convirtió en un referente intelectual y una bandera de la independencia de las mujeres.
5. Clara Campoamor: el derecho al voto.
La primera iniciativa sobre el derecho de las mujeres al voto en España llegó en 1907. En ese año se presentaron dos propuestas. Ninguna de ellas planteaba para las mujeres iguales condiciones que para los varones, pero así y todo, sólo nueve diputados votaron a favor. Un año después, siete diputados republicanos vuelven a proponer una enmienda también muy limitada: las mujeres podrían votar en las elecciones municipales-pero no ser elegidas-, y sólo las mayores de edad emancipadas y no sujetas a la autoridad marital. La propuesta también fue rechazada.
En 1919, el diputado conservador Burgos Mazo lo intenta de nuevo. Aunque su proyecto de ley electoral era limitadísimo. Otorgaba el voto a todos los españoles de ambos sexos y mayores de 25 años, pero impedía que las mujeres pudieran ser elegibles. Remataba la propuesta estableciendo dos días para celebrar los comicios, uno para los hombres y otro para las mujeres. Ni siquiera fue debatida. Después llegaría el simulacro del régimen de Primo de Rivera.
Una vez acabada la dictadura militar e instaurada la Segunda República, el ministro de Gobernación, Miguel Maura, sale por la tangente y apuesta por el pragmatismo frente a la justicia. El ministro dicta un decreto para regular las elecciones para diputados de la Asamblea Constituyente en el que decide para las mujeres el sufragio pasivo, es decir, no podían elegir pero podían ser elegidas. No podían votar, pero podrían legislar. De los 470 escaños, sólo tres mujeres obtuvieron acta de diputadas en aquellas elecciones de junio de 1931: Clara Campoamor, por el Partido radical y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista. La tercera, Margarita Nelken, que se presentó con el PSOE, tuvo que esperar a tener la nacionalidad española-aunque había nacido en Madrid, era hija de alemanes emigrados a España-para incorporarse. Lo hizo meses después.
Tres entre 470, pero aún así, molestaban. Incluso el mismísimo presidente de la República, Manuel Azaña escribe en sus diarios, con fecha de 5 de enero de 1932, lo siguiente:
Esto de que la Nelken opine en cosas de política me saca de quicio. Es la indiscreción en persona. Se ha pasado la vida escribiendo sobre pintura y nunca me pude imaginar que tuviese ambiciones políticas. Mi sorpresa fue grande cuando la vi candidata por Badajoz. Ha salido con los votos socialistas derrotando a Pedregal; pero el partido Socialista ha tardado en admitirla como diputado. Se necesita vanidad y ambición para pasar por todo lo que ha pasado la Nelken hasta conseguir sentarse en el Congreso.[…] La Campoamor es más lista y más elocuente que la Kent, pero también más antipática.
Por mucho que le disgustara al presidente Azaña, la presencia de la “antipática” Clara Campoamor en los debates parlamentarios resultó determinante para que la Constitución de 1931 no discriminara a las mujeres. Los compiladores del proyecto se habían mostrado cicateros respecto a la cuestión de la igualdad de los sexos y habían sugerido la siguiente redacción:
No podrían ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Se reconoce en principio la igualdad de derechos de los dos sexos.
Clara Campoamor protestó con ironía ese “en principio” tan poco convincente:
Se trata simplemente de subsanar un olvido en que, sin duda, se ha incurrido al redactar el párrafo primero de este artículo. Se dice en él que no podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Sólo por un olvido se ha podido omitir en este párrafo que tampoco será fundamento de privilegio el sexo.
Finalmente, consiguió que se enmendara el artículo hasta quedar como sigue:
No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, el sexo, la filiación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas, ni las creencias religiosas.(Artículo 25).
Después, defendió el voto femenino. Era el 1 de septiembre de 1931. Clara Campoamor convenció con su último discurso a una mayoría de diputados. Resultado final:161 votos a favor, 121 en contra. Quienes votaron contra el sufragio femenino fueron Acción Republicana, el Partido Radical Socialista, de Victoria Kent, y el Partido Radical, de Clara Campoamor, que no consiguió persuadir ni a uno solo de sus cincuenta compañeros. Por el contrario, votaron a favor los diputados de la derecha, pequeños partidos republicanos y nacionalistas y el PSOE, aunque con cualificadas excepciones, como la de Indalecio Prieto.
El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragio femenino y de que Victoria Kent se opusiera, provocó burlas y chanzas. Como escribiera María Teresa León años después sobre los lances protagonizados por las mujeres, “casi siempre tomados a broma por los imprudentes”.
La disputa se centraba sobre si el momento era el oportuno o no. Kent propuso que se aplazara la concesión del voto a las mujeres. No era, decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad para la República, El momento oportuno sería al cabo de algunos años, cuando las mujeres pudiesen apreciar los beneficios que les ofrecía la República. Campoamor replicaba diciendo que las mujeres habían demostrado sentido de la responsabilidad social y que sólo aquellos que creyesen que las mujeres no eran seres humanos podían negarles la igualdad de derechos con los hombres. Advirtió a los diputados de las consecuencias de defraudar las esperanzas que las mujeres habían puesto en la república.
Clara Campoamor declaraba en una entrevista:
¿No hemos quedado que el voto es la expresión de la voluntad popular? ¿Es que acaso el pueblo son sólo los hombres? Mal podríamos decir que nuestra república es el fruto del deseo de toda España, si pudiésemos sospechar que la otra parte de la sociedad española, las mujeres, no están de acuerdo.
Pero no acabó ahí la lucha por el sufragio. Cuentan las crónicas periodísticas que se armó un buen guirigay entre los casi quinientos diputados el día de la votación y que muchos quedaron menos que conformes. Así que, dos meses después del debate, un representante de Acción Republicana volvió a la carga. Redactó una enmienda en la que proponía que las mujeres pudieran votar en las elecciones municipales, pero no en las generales. A lo que de nuevo contestó Campoamor con apasionadas palabras:
Lo que os pasa es que medís al país por vuestro miedo; os ocupáis de lo accesorio, y no de lo verdaderamente sustantivo, y englobáis a todas las mujeres en la misma actitud, acaso-y yo no ofendo a los diputados, sino que contemplo la situación del país-, mirándola por la intimidad de vuestra vida, en que no habéis sabido hacer la separación entre religión y política. Y voy ahora al argumento para mí más claro, en defensa de mi punto de vista. Decís que la mujer no tiene preparación política. Decía el señor Peñalba, no sé en virtud de qué cálculos, que un millón sí la tienen y cinco millones no. Y yo os pregunto, de los hombres, ¿cuántos millones están preparados?
La enmienda que motivó el discurso de la diputada llevó a una segunda votación en la que por fin y definitivamente se aprobó el sufragio femenino por cuatro votos de diferencia. En el artículo 36 de la Constitución Española de 1931 se pudo leer: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. Gracias a ese par de líneas, en las elecciones generales de 1933, las españolas consiguen votar por primera vez.
Fue una victoria casi personal de Campoamor aunque alentada por los pequeños grupos de las modernas, intelectuales y sufragistas. No eran muchas pero sí terriblemente vehementes.
Pero en las elecciones generales de 1933, la derecha arrasó en las urnas y los partidos de izquierda se hundieron. Todo el mundo encontró de inmediato una culpable: Clara Campoamor, quien ni siquiera pudo renovar su escaño. Echar la culpa de la victoria de la derecha a las mujeres era, como mínimo, una conclusión superficial. Si se sumaban todos los votos de izquierda emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se trataba sobre todo, de un problema de estrategia y unidad, como se encargarían de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con la vuelta al poder de la izquierda gracias al triunfo del Frente Popular. Como afirmó Campoamor: “El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor marca para lavar las torpezas varoniles”.
Campoamor había nacido en Madrid en 1888. Pertenecía a una familia humilde, así que tuvo que trabajar duro para poder licenciarse, Lo hizo en Derecho cuando tenía 36 años. A partir de 1932, una vez aprobada la Ley de Divorcio en las Cortes, dedicó la mayor parte de su actividad a este tipo de causas, llevando adelante dos divorcios muy célebres: el de la escritora Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y el de Josefina Blanco de Ramón María del Valle-Inclán.
Fue Campoamor una mujer coherente con sus ideas sin importarle las consecuencias. Cuando el general Primo de Rivera quiso contar con ella para la Asamblea Nacional de la dictadura le rechazó, igual que hizo cuando la Academia de Jurisprudencia le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII. Años después el gobierno la nombró directora general de Beneficencia, pero en 1934 abandonó su cargo y su partido, tras realizar un viaje oficial y contemplar los efectos de la brutal represión de la Revolución de Asturias, ordenada por el gobierno al que representaba. Cuando en 1936 ganó las elecciones el Frente Popular, también con el voto de las mujeres, nadie le pidió disculpas. Al comenzar la guerra se exilió y ya no pudo regresar a España antes de su muerte, en 1972.
Tampoco Victoria Kent logró volver al Parlamento en 1933.Margarita Nelken, en cambio, sí renovó su acta y junto a ella ocuparon escaños la escritora María Lejárraga, la periodista Matilde de la Torre, la maestra Veneranda García Blanco y la abogada Francisca Bohígas. Tras las elecciones de 1936, Nelken y de la Torre volvieron a obtener escaño. Kent regresa a la Cámara y se estrena la maestra socialista Julia Álvarez Resano y la dirigente comunista Dolores Ibárruri, Pasionaria. En total, nueve mujeres en tres legislaturas. Ibárruri llegó a ser vicepresidenta de las Cortes en 1937. También el Parlamento vasco tuvo una diputada durante la república, Victoria Uribe Lasa. Pertenecía al Partido Nacionalista Vasco (PNV), una formación que no permitió la afiliación de mujeres hasta 1933.
Otro triunfo conseguido en la república fue la Ley de Divorcio. Había pocos países europeos en 1931 en los que no se hubiera aprobado una ley al respecto: España e Italia eran las dos principales excepciones. Sin embargo, la Ley del Divorcio española, cuando por fin fue aprobada, en 1932, fue una de las más progresistas.
A pesar de las dificultades, las tesis sufragistas se anotaron sus triunfos en la España republicana. La concesión del voto y la Ley del Divorcio fueron logros de las mujeres, pero tan efímeros como el propio régimen republicano. La guerra civil y la dictadura, tras la victoria de las fuerzas franquistas el 1 de abril de 1939, darían al traste con todo lo conseguido. Habría que esperar al cierre de ese largo y desgarrador período de 40 años, para que las mujeres recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931.
Tras la guerra civil llegó el exilio, el franquismo y la represión. Miles de mujeres fallecieron en la contienda y durante las persecuciones posteriores y otras muchas salieron de España. Al exilio se van luchadoras anónimas y rebeldes ilustres como Rosa Chacel, Clara Campoamor, Elena Fortún, Dolores Ibárruri, Victoria Kent, María Lejárraga, María Teresa león, María de Maeztu, Federica Montseny, Margarita Nelken, María Zambrano… Al exilio se irán todas ellas, y en sus maletas se llevarán sus luchas, sus esperanzas, sus trabajos. Con su partida desaparecerán también todos los senderos abiertos por esas mujeres republicanas que iban camino de ser mujeres libres. Las que se quedaron no pudieron continuar el trabajo. Sufrieron la dura represión y el silencio obligado.
“Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talante creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho”. Lo decía en 1943 Pilar Primo de Rivera. Así de radical fue el cambio. La dictadura destrozará todas las leyes, todos los derechos que tantos esfuerzos había costado conseguir y supondrá la muerte civil para las mujeres. El ángel del hogar volvía a ser obligatorio.
6. 1975, año internacional de la mujer.
La aparición del movimiento feminista tras los cuarenta años de franquismo fue como un ciclón. Todo era necesario y todo se hizo al mismo tiempo. Se abre la esperanza de cambiar la vida y las mujeres se organizan para conseguirlo: grupos de barrio, de autoconciencia, en las empresas, en la universidad, de amas de casa… Había urgencia por destruir el modelo de feminidad que la dictadura franquista había impuesto. “Por eso los primeros años estuvieron particularmente marcados por la crítica sin matices a la maternidad y el matrimonio, a la familia y al modelo sexual. El objetivo era sacudir una sociedad machista hasta el esperpento”, explica Justa Montero en su artículo “Movimiento feminista: una trayectoria singular” (2004).
La excusa para empezar a trabajar antes de la muerte de Franco la encontraron las feministas en Naciones Unidas. Aprovechando que 1975 fue declarado por la ONU Año Internacional de la Mujer, desde mediados de 1974 se iniciaron reuniones y contactos que, escudándose en el organismo internacional, sirvieron para proponer una alternativa feminista a los actos oficiales que el gobierno y la sección femenina del Movimiento pretendían organizar como únicos interlocutores y representantes de los intereses de las mujeres.
La estrategia de los grupos fue elaborar un programa común feminista y democrático para 1975. Y además, quisieron presentarlo públicamente para romper el silencio impuesto. Todo se hizo como se hacían las cosas en aquellos años: semiclandestinas y con una tremenda complicidad social. La Plataforma de Organizaciones Feministas que se había ido consolidando, organizó en febrero de 1975 una rueda de prensa en un pub en el centro de Madrid. Se invitó a los medios de comunicación que sabían que iban a “algo” y guardaron prudente silencio. A los dueños del local se les dijo que se iba a celebrar una pequeña fiesta, que vendrían periodistas y que dejaran la planta baja libre para disponer de un lugar reservado que no llamara la atención. En el pub también fueron discretos. Así se dio a conocer a la opinión pública el proyecto de las actividades. La prensa difundió el acto y el programa profusa y muy favorablemente:
La Organización de las Naciones Unidas había hecho dos convocatorias para este Año Internacional de la Mujer. La Conferencia Mundial-gubernamental- que se celebró en México del 19 de Junio al 2 de Julio y el Congreso Mundial de Mujeres, dirigido a organizaciones no gubernamentales que tuvo lugar en Berlín Oriental del 20 al 24 de octubre del mismo año.
El congreso de Berlín estuvo coordinado por la federación Democrática Internacional de Mujeres. Cuando el Movimiento Democrático de Mujeres recibió la invitación para que cinco españolas asistieran al congreso no tenían ni idea de lo cerca que estaba el fin de la dictadura ni tampoco de que probablemente fueran las primeras en celebrarlo…antes de tiempo. El Movimiento Democrático de Mujeres consideró que, por las características políticas de España y por la red de grupos feministas que se tejía velozmente en ese año, cinco mujeres era un número muy pequeño. Así, se consiguió que entre la aportación de la Federación Internacional, la de la Junta Democrática-organismo unificador de las fuerzas políticas de la oposición en ese momento-, y de la Federación de Mujeres Cubanas se pudiesen cubrir los gastos para una delegación de trece mujeres, a las que se unieron dos exiliadas. Era una comisión plural y con denominadores comunes: la liberación de la mujer y el antifranquismo.
En Berlín se reunieron 2.000 participantes de 140 países y de unas 200 organizaciones. En medio del congreso, las radios y televisiones norteamericanas dieron la noticia de la muerte de Franco. Estupefacción y júbilo, así definen las delegadas lo que sintieron. “Lo que allí se organizó en pocos minutos es casi imposible de contar: corrieron el vino y el champán y se cantó hasta la madrugada”. La fiesta terminó en las habitaciones del hotel. Al día siguiente, las noticias dieron otra versión: Franco estaba muy mal pero…no había muerto. La delegación se reunió para ver qué hacía. Hubo tensión. Al final, la decisión mayoritaria fue volver sin imaginar que aún quedaba un mes de incertidumbre por delante.
Lo que no se frenó fue la organización de las jornadas. A las religiosas del Colegio Montpellier se les dijo que, de acuerdo con la proclamación de las Naciones Unidas, se iba a celebrar una reunión de mujeres con motivo del Año Internacional de la Mujer. Las jornadas fueron posibles por todo el trabajo de coordinación de los grupos iniciado en otoño de 1974 y porque sus miembros tenían la convicción de que el feminismo tenía su razón de ser y su espacio social y político en la nueva etapa que se avecinaba.
Así que tras interminables avatares, las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer se celebraron en el Colegio Montpellier de Madrid entre el 6 y el 8 de Diciembre de 1975. Las distintas tendencias dentro del feminismo, los temas que luego serían objeto de debates durante varios años…, de todo se trató en estas primeras jornadas: educación, trabajo, leyes, familia, sexualidad, divorcio, anticoncepción, aborto…Fue realmente una explosión tras tantos años de dictadura sin haber podido debatir colectivamente. Estas jornadas tienen una importancia especial puesto que es la primera vez que se expone clara y explícitamente la necesidad de construir un movimiento de liberación amplio unitario e independiente de los partidos políticos. Días después, el 15 de Enero de 1976, se organizó la primera manifestación postfranquista. El lema fue “Mujer: lucha por tu liberación”. Por fin, la calle era de las mujeres. Aunque terminó con cargas policiales.
7. La explosión de la transición.
Las feministas inician su camino trabajando por una sexualidad libre, contra la penalización del adulterio, por la legalización de los anticonceptivos, la exigencia de guarderías y de educación sexual, por el derecho al divorcio, al trabajo asalariado o la amnistía para las más de 350 mujeres que permanecían en las cárceles condenadas por los llamados delitos específicos(adulterio, aborto, prostitución). Se redactan los proyectos de ley alternativos sobre el divorcio y sobre el aborto. Se ponen en marcha centros de mujeres donde, junto a actividades de denuncia y formación ideológica, se facilitan anticonceptivos que en aquel momento eran ilegales.
El año 1976 tuvo como eje central dos luchas que continuaron a lo largo de 1977: la amnistía y la despenalización del adulterio. Las pancartas decían: “Amnistía para los delitos específicos de la mujer”, “presas a la calle”, “anticoncepción, aborto, prostitución, adulterio no son delitos. Amnistía”.
Pero donde realmente se vio y se vivió la fuerza del feminismo español fue en las jornadas organizadas en Barcelona entre los días 27 y 30 de Marzo de 1976. En ellas se reunieron unas 3000 personas con representación de grupos de mujeres de toda España. El avance desde las jornadas de Madrid del año anterior era tanto numérico como de calado político. Pero igual en unas como en las otras había una idea compartida: la de que la lucha feminista tenía un claro contenido político y era parte de la lucha por una sociedad democrática. Por primera vez, en 1977, en la calle y de forma unitaria, se celebró el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer.
También en 1977 se lanzó la campaña por una sexualidad libre y con una triple reivindicación: educación sexual y creación de centros de orientación sexual, anticonceptivos libres y gratuitos y aborto legal. La campaña no cesó hasta que se consiguió la despenalización de los anticonceptivos en Octubre de 1978 y lo mismo sucedió con las campañas por la abrogación del delito de adulterio que se conquistó en Mayo de ese mismo año. Para las primeras elecciones democráticas de Junio de 1977, la plataforma elaboró un programa reivindicativo que hizo llegar a todos los partidos políticos.
En 1978 fueron legalizadas las organizaciones feministas que lo solicitaron y se consiguieron en Madrid, algunos de los locales de la antigua Sección femenina. También fue suprimido el Servicio Social de las mujeres establecido por Franco en 1937. Todo se alcanzó sin experiencia política previa. Tampoco había una sólida base teórica. Es a partir de 1975 cuando llegan los primeros textos del feminismo europeo y norteamericano. Las feministas tenían que elaborar teoría, conseguir que se derogara un largo listado de leyes, y hacer propuestas para la nueva legislación, reivindicar en la calle, abrir servicios, organizar su propio movimiento, hacer los cambios y reajustes personales, tomar conciencia y expandirla… Una verdadera revolución.
Explica Justa Montero que protagoniza un cambio social de la envergadura del propuesto por el feminismo, enfrentado a resistencias explícitas e implícitas, requiere que se construyan nuevos códigos de referencia y una identidad colectiva: “Y se va creando un nosotras. Un claro ejemplo de ello es el reiterado recurso a un “yo” afirmativo y desafiante: “Yo también soy adultera”, “yo también he abortado”, “yo también tomo anticonceptivos”, “yo también soy lesbiana”. Así se consolida un movimiento dispuesto a ponerlo todo en cuestión”.
Un movimiento que hizo todo esto sin referencias. El feminismo español contemporáneo- como expone Amelia Valcárcel- empieza a existir en los años 70 en medio de una gran desmemoria. No existía pasado. El franquismo lo había destruido. Las herederas de Concepción Arenal comenzaron a llenar las aulas universitarias sin saber que eran herederas de nadie. El primer momento del cambio no fuer asertivo, sino negativo, había que abolir y derogar tantas leyes…Pero también hubo que inventarse un mundo nuevo. Las condiciones legales de las españolas hasta 1975, asegura Valcárcel, explican por qué había tantas abogadas en el feminismo de los primeros años.
Y estas circunstancias hacen que el feminismo español sea especial, dicho esto a su favor. Es como es-serio, radical, político-, porque partió de aquella situación: “No nos tocó enfrentarnos a una misoginia travestida o vagarosa, sino a las prácticas civiles y penales del estado y al conjunto de la moral corriente […] No es (el nuestro) un feminismo por lecturas, sino por vivencias. Primero vinieron la rabia y el coraje. Las lecturas vinieron después.”
De aquellos primeros años efervescentes el movimiento feminista español guarda un recuerdo imborrable. Cada grupo, y fueron cientos los que se crearon, tiene su propia historia, sus victorias, sus anécdotas. Cada militante se siente orgullosa de lo que entre todas consiguieron. Sin embargo, también hay una conciencia de que la historia oficial no ha hecho justicia. No se puede entender la transición española sin conocer la militancia política de las mujeres, pero de la lectura de los relatos oficiales se desprende que ésta no existió. “A todos los grupos oprimidos se les roba la historia y la memoria”, afirma Rosa Cobo. Lo que no tiene pasado no tiene legitimidad ni, por tanto, tiene capacidad de propuesta política. Ésta es la razón fundamental por la que en los últimos años ha habido un incesante trabajo para dejar por escrito la historia del feminismo español.
8. Una Constitución decepcionante.
En 1978 la actividad se centró en la crítica a la Constitución. Un texto que sólo tuvo padres y que fue calificado por el feminismo de “machista y patriarcal”. Ninguna mujer participó en su redacción, no hubo la conciencia democrática de contar al menos con otra Clara Campoamor. Desde los grupos de trabajo se elaboraron propuestas alternativas a algunos de sus artículos, particularmente los que hacían referencia a la familia, el trabajo, la educación y el aborto.
La plataforma de Organizaciones Feministas de Madrid firmaba en 1978 un documento sorprendente por la agudeza con la que se señalaban los fallos del texto constitucional. Leído casi 30 años después, está claro que las feministas de entonces no se equivocaban. Señalaba el documento que, a pesar de que el artículo 14 proclama que “los españoles son iguales ante la ley”, no resulta difícil descubrir el engaño. Una Constitución que pretendía ser democrática debería haber asumido una norma elemental del Derecho, que establece que cuando se parte de una situación de desigualdad no se puede dar un trato de igualdad. “Pero, a juzgar por el texto de la futura Constitución, sus autores prescinden de la existencia de hecho de una desigualdad en las situaciones de partida de hombres y mujeres, y, al proclamar erróneamente que todos los españoles somos iguales, soslayan la necesidad de establecer medidas concretas para poner fin a esta desigualdad. Por otro lado, la mujer posee unos problemas específicos, derivados de su capacidad reproductora, que requieren la existencia de unos derechos específicos para la población femenina. Tampoco la Constitución contempla estos problemas ni recoge estos derechos. Así pues, el texto constitucional omite puntos indispensables para lograr la participación igualitaria de la mujer en el proceso social, contribuyendo con ello a mantener y perpetuar nuestra condición de ciudadanos de segunda categoría. Y, por último, hay que añadir que el principio de no discriminación ante la ley por razón de sexo, que postula el citado artículo 14, es quebrantado por la propia Constitución que, a lo largo de su articulado, contiene una clara discriminación explícita y otras varias implícitas”.
A partir de este primer análisis, la plataforma estudia, punto por punto, las debilidades de la Constitución. La primera es el divorcio, que la Constitución remite a una legislación posterior, lo que en aquel momento era muy preocupante empeñadas como estaban en romper “con el trágico principio de indisolubilidad del matrimonio”. También discrepan del artículo 39 en su apartado 1 donde se establece: “Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia”. Explican que, teniendo en cuenta que la opresión de la mujer tiene su origen precisamente en su asignación a los papeles de esposa y madre dentro de la familia, con este artículo se presta un flaco servicio a la causa de la emancipación femenina. Algo similar ocurre en el artículo que se refiere al trabajo asalariado. El texto constitucional oculta las tremendas diferencias que tenían –y tienen-, hombres y mujeres en esta cuestión.
Criticaban también que el derecho al aborto no sólo quedaba fuera de la Constitución sino que no iba a ser fácil regularlo posteriormente a la vista del texto constitucional- de hecho es la gran asignatura pendiente, aún continua sin ser no libre ni gratuito-, y hacían especial hincapié en que la educación no sufría cambios con la inclusión del artículo 16: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. El artículo alternativo que proponía la plataforma decía así:”El estado sólo protegerá la enseñanza estatal, que será laica, mixta, gratuita y obligatoria. A tal efecto, el estado garantizará que se realice sin discriminación o menoscabo por razón de sexo, implantando la coeducación efectiva a todos los niveles y sancionando a los establecimientos que no cumplieran con este principio”. En esta cuestión, tampoco parece que hayan pasado 30 años. El debate continúa en el mismo lugar.
La plataforma no se olvidaba de rechazar el artículo que daba prioridad al varón sobre la mujer en el acceso a la jefatura del estado, ni tampoco del control de los medios de comunicación y las deficiencias de la Seguridad Social. A su juicio, el sistema propuesto para la Seguridad Social obliga a que la inclusión en ésta de las mujeres que no trabajan fuera de casa, se realice a través del marido. Explicaban que era de justicia haber garantizado un sistema de seguridad social único para toda la ciudadanía para lo que a partir de la mayoría de edad, todos cotizarían un mínimo y que devengaría las mismas prestaciones. En cuanto a los medios de comunicación, las feministas subrayaban “el denigrante papel que la mujer juega dentro de ellos y su constante utilización como reclamo sexual para el consumo”, por lo que proponían la prohibición explícita del sexismo en los medios.
En sus conclusiones, la Plataforma Feminista de Madrid afirmaba:
“No está claro que ésta sea la Constitución de la concordia y del consenso. Tampoco está claro que sea la Constitución de todos los españoles. Pero lo que sí está claro es que no es la Constitución de las españolas[..] Se nos dice que tengamos paciencia. Se nos dice que en estos momentos lo más importante es consolidar la democracia y que, una vez consolidada, habrá tiempo para todo. Durante los miles de años que llevamos esperando, siempre ha habido cosas más importantes de las que ocuparse que transformar las condiciones de vida de las mujeres. Pero ya hemos aprendido que no es a base de paciencia como se consiguen las cosas, sino a base de presiones y movilizaciones colectivas. Y, consecuentemente, iniciaremos a partir de ahora las campañas oportunas para conquistar las reivindicaciones más urgentes que en este momento tiene planteadas la mujer española, tanto si la Constitución lo permite como si no. La Constitución ya está hecha. Ni la hemos hecho nosotras, ni tenemos posibilidad de modificarla, lo único que podemos hacer es dejar constancia de nuestra protesta”.
Dicho esto, el movimiento feminista se manifestó mayoritariamente contrario al sí en el referéndum constitucional aunque las mujeres del PSOE y del PC redactaron un manifiesto en apoyo del voto afirmativo. En Cataluña, por ejemplo, el movimiento mantuvo la posición crítica pero no se pronunció sobre el sentido del voto. El texto constitucional fue la primera traición de los partidos políticos al feminismo. No era algo nuevo en la historia del feminismo mundial pero no por ello dejó de ser doloroso. Las españolas se quedaron en un segundo plano en el diseño del nuevo orden constitucional. Durante la transición se alimentó el desencanto y la desconfianza en el compromiso de los partidos políticos con la causa feminista.
En los años posteriores a la muerte de la dictadura todo iba a velocidad de vértigo. En 1979 se convocan las siguientes jornadas estatales, esta vez, en Granada. A ellas acudieron 3.000 mujeres y en ellas se produjo la primera inflexión significativa del feminismo español. Explica Celia Amorós que tuvieron lugar en un clima general de “desencanto” provocado por una reforma sin ruptura que había costado demasiadas concesiones ante los poderes fácticos del período anterior.
En el ámbito específico del feminismo había que sumarle una situación de cansancio por las discusiones sobre la doble militancia. Con ella se hacía referencia a las mujeres que, además de formar parte de grupos feministas, pertenecían a partidos políticos y/o sindicatos. Una polémica particularmente crispada pues cuestionaba la autonomía de estas mujeres por considerarlas “contaminadas” por la ideología de los hombres que dirigían mayoritariamente sus organizaciones. En consecuencia, en Granada se propugna un modelo organizativo basado en la única militancia y la fidelidad al feminismo.
En la España de la década de los 60, la práctica política se enmarcaba ineludiblemente en la oposición democrática al franquismo. Entre las mujeres comprometidas en la lucha antifranquista quedaba descartada cualquier definición del movimiento de mujeres como feminista y la discusión versaba sobre si era deseable la existencia de un movimiento organizado de mujeres con un carácter específico. A Granada ya llegan mujeres que proponen apostar con fuerza por el movimiento feminista, pero la mayoría de las reunidas mantenía la doble militancia. Las jornadas de Granada fueron un acontecimiento de enorme valor e interés pero concluyeron con la primera y dolorosa ruptura del feminismo español. “Fue el alto precio pagado por la falta de madurez del movimiento”, afirma Justa Montero.
En estas condiciones, irrumpió polémica y espectacularmente en aquel encuentro multitudinario lo que se llamaría el feminismo de la diferencia. Según Celia Amorós, se trataba de una ruptura radical con las anteriores líneas de actuación vertida en tono militantemente lúdico y festivo. Se propuso romper con todos los cánones al uso, los órdenes del día fijados y hacer algo completamente diferente. Frente a las tediosas discusiones acerca de la relación entre el patriarcado y el capitalismo, el feminismo y los partidos políticos…había que elaborar nuevas formas específicamente femeninas de discutir y comunicarse, convertir los encuentros feministas en una fiesta que hiciera quebrar los rígidos esquemas de unas programaciones y unos contenidos marcados por la impronta de lo patriarcal. Las reacciones contra el feminismo de la diferencia no se hicieron esperar y se desencadenó la polémica. Fue una segunda ruptura que quebró definitivamente el funcionamiento unitario que hasta entonces se había dado en torno a la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas.
10. Años 80: el aborto.
Tras lo que se denominó “la apertura y el destape”, las feministas comenzaron a analizar las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres en el patriarcado. En este contexto, acabar con el poder exigía recuperar el propio cuerpo. La consigna “Nosotras parimos, nosotras decidimos” fue coreada con frecuencia durante las movilizaciones de la década de los 80 y marca una línea de avance en lo que concierne al derecho de las mujeres a decidir sobre sí mismas más allá de las determinaciones de médicos, jueces, políticos, padres, maridos o compañeros. La lucha por el derecho al aborto libre y gratuito centra la actividad del movimiento de aquellos años. Había que liberar una sexualidad constreñida y reprimida que estaba limitada a la normativa de la pareja heterosexual y de la familia y que, restringida por unos fines reproductivos, concebía la sexualidad femenina como algo inexistente. Así, en Junio de 1983 se organizan en Madrid las Primeras Jornadas sobre Sexualidad.
Además de ser un tema central para el feminismo español, las campañas a favor de una sexualidad propia fueron, probablemente, las más espectaculares. Desde que se abrieron los primeros centros de planificación familiar en los años 70, desafiando la legislación aún vigente, hasta el acto más audaz realizado en las jornadas de 1985, donde médicas del movimiento feminista practicaron un aborto en el mismo local donde se desarrollaba el encuentro. Una vez realizado, se presentaron ante la prensa con el instrumental y autoinculpándose. “Fuimos nosotras”, desafiaban. Fueron métodos radicales para romper con una realidad tremendamente dramática en la que la sexualidad de las mujeres no existía, el cuerpo femenino estaba completamente cosificado, los embarazos no deseados eran una realidad habitual en un país sin anticonceptivos y los tabúes escondían el día a día de las mujeres. Y sobre todo, los abortos clandestinos, realizados sin garantías ginecológicas ni higiénicas, suponían un elevado riesgo de muerte para las mujeres.
En España, la interrupción voluntaria del embarazo fue legalizada entre los años 1931 y 1939, en época republicana. Tras esa fecha, Franco volvió a penalizarlo. En 1941, se castigaba el aborto no espontáneo con penas que podían ir desde meses hasta años de prisión. Actualmente, la ley española recoge la posibilidad legal de interrumpir el embarazo en 3 supuestos. La voluntad de las mujeres no se contempla como uno de ellos. El feminismo continúa denunciando esta situación y destaca que ni siquiera en los casos contemplados por la ley, las mujeres pueden ejercer libre y gratuitamente su derecho ya que más del 97% de las interrupciones voluntarias del embarazo se realizan actualmente en la sanidad privada.
Los años 80 marcan también el inicio del feminismo institucional, Los precedentes arrancan en 1977, con la creación por parte del gobierno de UCD de la Subdirección General de la Condición Femenina y se consolidan con la llegada del PSOE al poder en 1982, más concretamente tras la apertura, en 1983, del Instituto de la Mujer. Las relaciones entre el movimiento feminista y el feminismo institucional son complejas. Por un lado, este organismo es consecuencia de que el feminismo exige políticas públicas dirigidas a cambiar la situación de las mujeres. Pero, por otro lado, hay feministas que abandonan los grupos para incorporarse a las diferentes administraciones en una apuesta por lo que califican “feminismo eficaz y realista”. Desde el feminismo institucional se recogen reivindicaciones del movimiento y conceptos feministas pero éstos se vacían de contenido crítico. Parece que las relaciones entre un movimiento crítico y reivindicativo y las instituciones son necesariamente conflictivas y complejas.
Otro fenómeno que arranca en la misma década fue el feminismo académico. Tampoco fue fácil que las universidades aceptaran albergar y financiar estos departamentos de investigación. Los antecedentes se remontan a 1974, cuando Mary Nash hizo la primera incursión en la Universidad de Barcelona impartiendo una asignatura sobre historia del feminismo. Los primeros seminarios y centros dedicados a los estudios académicos cuajaron unos años después. El primero se creó en 1979, en la Universidad Autónoma de Madrid, dirigido por María Ángeles Durán. En 1982, Mary Nash fundó el centro de Investigación Histórica de la Mujer en la Universidad de Barcelona. En Madrid, la Universidad Complutense aprobó en el curso 1988-89 el Instituto de Investigaciones feministas dirigido por Celia Amorós. Desde el curso siguiente, el instituto imparte un curso de Historia de la Teoría Feminista. La mayoría de las universidades españolas tienen ya departamentos específicos.
11. Las feministas del siglo XXI.
No existe perspectiva histórica para analizar las consecuencias del trabajo feminista de los últimos años. Habrá que esperar para conocer los resultados del incesante trabajo contra la violencia de género realizado por el feminismo español. Tampoco se puede valorar aun la importancia del primer consejo de ministros paritario de la historia nombrado por el presidente Rodríguez Zapatero tras las elecciones generales de Marzo de 2004 y que abrió la puerta a la representación equilibrada entre mujeres y hombres. Ni tampoco el alcance del desarrollo legal realizado durante esa legislatura, fundamentalmente con la aprobación de la Ley orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género del 28 de Diciembre de 2004 y la Ley orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres de Marzo de 2007. También resulta imposible valorar aún cómo cambiará la percepción que las mujeres y la ciudadanía en su conjunto tendrán sobre la nueva sociedad del siglo XXI tras el empeño del feminismo por modificar la representación que de las mujeres hacen los medios de comunicación.
Sólo tenemos algunas pistas. Actualmente se contabilizan alrededor de 5.000 asociaciones de mujeres repartidas por todas las comunidades autónomas. No todas son feministas, pero la cifra indica la preocupación de las mujeres por su propia realidad y la voluntad de modificarla y de reflexionar de forma colectiva. Otro indicador fueron las Jornadas de Córdoba del año 2000 convocadas por la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas. Hacía 25 años de aquellas primeras jornadas de 1975. En Córdoba se festejaron tres realidades. La primera, las heridas están cerradas. Ni la doble militancia no la división entre el feminismo de la igualdad y la diferencia son actualmente un problema. La segunda, la aparición entre las 4000 participantes de decenas de mujeres jóvenes haciendo realidad el título de las propias jornadas: “Feminismo.es…y será”. Dos nuevas generaciones feministas están ya en activo. Y la tercera, que no hay ámbito de la actividad humana en el que el feminismo no esté trabajando. ¡54 ponencias sobre otros tantos temas fueron presentadas durante los días de las jornadas!
Muchos son los éxitos del feminismo español, pero quizá el más destacado sea la expansión del feminismo difuso. Es el que representan las mujeres que, sin reconocerse feministas, realizan una práctica diaria- en su trabajo, en sus casas, en su participación pública y en sus relaciones de amistad o de pareja- de afirmación de autonomía, de espacios de libertad. Mujeres conscientes de sus derechos a los que no quieren renunciar y sí ejercer. Las reivindicaciones feministas han calado entre las mujeres que desean vivir en libertad.
“Nadie ha regalado nada-explica Justa Montero- no ha sido el devenir de la sociedad quien nos ha conducido de forma natural hasta donde estamos, más bien al contrario. Se ha hecho frente a fuertes resistencias. Reclamar el carácter movilizador de este proceso y el papel jugado por el movimiento feminista no sólo es de justicia sino imprescindible para nuestra memoria colectiva”.
Como decía el manifiesto aprobado en Córdoba tras la celebración de las jornadas: “Larga y diversa es la historia de lucha que nos precede[…] hemos dejado de sentirnos víctimas para convertirnos en agentes sociales de transformación de una realidad que es injusta. Cada día son más las mujeres que según sus sensibilidades se agrupan para ir tejiendo redes sociales creativas que nos permiten soñar futuros más humanos. Futuros sin fronteras entre hombres y mujeres porque se haya superado la sexualización que hoy hacemos de los valores, de los intereses, de los espacios, de los símbolos, de las formas de mirarnos y sentirnos”.
(Varela. N. Feminismo para principiantes. Ediciones B. Barcelona. 2008).