Como el resto de su filosofía, la ética de Aristóteles es una ética netamente teleológica. Nuestro autor, de acuerdo con los principios de su filosofía, partió de la propia naturaleza humana. A partir de ahí, observó que todos los seres humanos, por naturaleza (physis), tienden a la felicidad.
El problema surge a la hora de determinar en qué consiste la felicidad, ya que para unos está en los negocios, para otros en las riquezas, para otros en los honores, etc. Ahora bien, ¿cómo averiguar en qué consiste la auténtica felicidad del ser humano?
Según Aristóteles, la felicidad del ser humano guarda una relación intrínseca con el bien propio y exclusivo del ser humano.
Pero, ¿en qué consiste dicho bien? A la hora de responder debemos atender a las características de la naturaleza humana. El bien propio del ser humano guarda una relación esencial con dicha naturaleza. ¿Por qué? Porque las facultades propiamente humanas se pueden deducir de la misma.
Las facultades propiamente humanas son muchas. Ahora bien, algunas de estas- comer, correr, recordar- nos son comunes con individuos de otras especies. Por el contrario, otras- pensar, amar o querer- son propias y exclusivas de los seres humanos. Y éstas las poseen la totalidad de los humanos y solo los seres humanos. Por tanto, a la hora de determinar el bien propio de los seres humanos, tendremos que atender preferentemente a estas. En consecuencia, concluirá Aristóteles, el bien propio y la auténtica felicidad de los seres humanos dependerá del ejercicio correcto de dichas facultades.
1.La virtud
Al igual que Sócrates y Platón, Aristóteles estimó que la virtud es algo que perfecciona al ser humano, lo hace bueno y lo encamina hacia una vida feliz. Sin embargo, ofreció explicaciones más precisas que ellos acerca de su naturaleza. La verdadera virtud se define, según él, como un hábito bueno adquirido, operativo y voluntario.
*La virtud es un hábito, porque es una cualidad o disposición estable que se asienta sobre alguna facultad del ser humano, como la inteligencia.
*Es un hábito adquirido, pues se obtiene por la constante repetición de actos; no es algo, por lo tanto, con lo que se nace.
*Es un hábito operativo, ya que posibilita la adecuada realización de los actos propios de la facultad que perfecciona. La virtud de la prudencia, por ejemplo, favorece la adecuada realización de determinados actos de la inteligencia.
*Es un hábito voluntario, puesto que conlleva deliberación y elección, es decir, requiere la intervención del intelecto y la voluntad. Siguiendo con el ejemplo anterior, la prudencia solo se ejercita consciente y voluntariamente.
Para que haya virtud, según Aristóteles, se deben reunir tres requisitos: que haya conocimiento (deliberación) del fin, decisión (elección) de la voluntad acerca de los medios para alcanzarlo y una actitud firme en el obrar. Esto se opone al intelectualismo socrático, ya que el hombre no siempre se aparta del bien por ignorancia, sino que, a veces, voluntariamente decide (elección) subordinar un bien superior a otros bienes inferiores. El ser humano, por tanto, es responsable de su propio carácter, ya que él mismo lo forma mediante los hábitos que adquiere.
Aristóteles distinguió entre virtudes éticas o morales y virtudes dianoéticas o intelectuales. Las virtudes éticas se definen como hábitos voluntarios que consisten en un término medio entre dos extremos, el exceso y el defecto, a la hora de actuar. Así, por ejemplo, serían vicios tanto el exceso como el defecto en la comida.
El término medio no se entiende en un sentido matemático, sino en relación con el ser humano y sus circunstancias, y se ha de determinar tal como lo haría un hombre prudente. Además, término medio no es lo mismo que mediocridad, porque la virtud ética con respecto al bien es excelencia y plenitud.
Aristóteles describió numerosas virtudes éticas, entre las que sobresalen estas:
_La fortaleza. Constituye el medio entre los extremos de la cobardía y la temeridad; consiste en vencer el temor ante el mal y el sufrimiento.
_La templanza. Establece el justo medio entre la insensibilidad y la intemperancia, moderando el deseo de placer.
_La justicia. Consiste en la obediencia a las leyes e instaura una relación de igualdad con los demás ciudadanos. Aristóteles distinguió entre justicia legal- que relaciona al ciudadano con la polis-, distributiva- que reparte proporcionalmente los bienes y las cargas entre los ciudadanos- y conmutativa- que regula las relaciones entre los individuos-. La justicia ha de ejercerse con equidad, que es el hábito de interpretar y aplicar la ley respetando la intención del legislador.
_La magnanimidad. Es el medio entre los extremos de la pequeñez de ánimo y la vanidad que exagera el propio mérito.
Las virtudes dianoéticas conducen al fin último y a la felicidad. De ellas, dos hacen bueno al intelecto práctico:
_El arte. Hace referencia a la producción de objetos (póiesis).
_La prudencia. Ayuda a realizar bien acciones que tienen un carácter inmanente y cualifican a quien las realiza(praxis). Es reguladora de las virtudes éticas, ya que es la razón del hombre prudente la que determina el término medio virtuoso.
En relación con el intelecto teórico, surgen tres virtudes:
_La ciencia. Ayuda a razonar bien, de manera que favorece el conocimiento demostrativo de las cosas universales y necesarias.
_El entendimiento. Facilita conocer bien lo que es evidente, por lo que encamina al conocimiento de los primeros principios.
_La sabiduría. Perfecciona el conocimiento de las cosas superiores y divinas, de modo que constituye el culmen de la contemplación y otorga la máxima felicidad.
Aristóteles no encaja la amistad en ninguno de los dos grupos de virtudes, porque conjuga muchas virtudes, de tal modo que no hay amistad sin virtudes. La amistad es la síntesis práctica de las virtudes racionales y morales.
Aristóteles define la amistad como la concordancia básica por encima de las diferencias, fundada en relaciones de solidaridad y afecto. Distinta del amor, no se basa en la utilidad, en el placer o en la belleza, sino en el desinterés y las virtudes. Aunque hay muchas especies de amistad, en todas el afecto y la ayuda mutua aventajan a las obligaciones de justicia.
2.El bien y el fin último
El bien ya no es la idea suprema platónica. El bien depende de la manera de ser (esencia) de cada tipo de realidad. Como existe una pluralidad de seres diferentes, también existe una gran variedad de bienes. Cada uno de estos bienes se identifica con la perfección de cada tipo de ente, por lo que es fin o término de sus acciones, es decir, causa final: de ahí que lo defina como aquello hacia lo que las cosas tienden.
En el caso del ser humano, existen diversos bienes que ejercen un atractivo sobre él; por ejemplo: los placeres del cuerpo, que someten al hombre a lo sensible; las riquezas, que son solo medios, pero no fines, etc.
Ahora bien, ¿cuál es el bien que es más propio del ser humano por su manera de ser? El bien supremo o fin último propio del ser humano, para Aristóteles, es aquel que se elige por sí mismo y no es medio para otra cosa. El hombre se hace bueno en la medida en que aprende a identificar este bien y trata de alcanzarlo para lograr la felicidad plena.
El auténtico bien supremo para el hombre, según Aristóteles, se encuentra en el conocimiento teórico, al que denomina contemplación. Este proviene de la facultad más alta del alma, el intelecto; en su máximo grado, se ocupa de los objetos más elevados: el ser en general y el acto puro, objeto de estudio de la metafísica.
3.La felicidad
Todos estamos de acuerdo en que el bien supremo del ser humano es la felicidad. Ella es fin en sí misma y a lograrla se encaminan todas las acciones del ser humano.
Lo que ya no es tan fácil es determinar qué sea la felicidad. Los hombres conciben la vida feliz de tres maneras distintas en función de los bienes que se pueden desear: bienes externos (honores, fama, riqueza…), bienes del cuerpo (placeres) y bienes del alma (conocer las cosas bellas).
De entre las posibles actividades, Aristóteles señala que es únicamente la actividad teorética o contemplativa la que puede deparar una vida feliz, porque es la única que se compagina con la naturaleza racional del ser humano. Ella es el más perfecto ejercicio de la más perfecta facultad.
Es cierto que esta felicidad constituye un ideal y como tal supera la finitud humana y crea una tensión en el deseo de inmortalidad. Por eso se conforma con una felicidad limitada, que necesita de ciertas condiciones (salud, bienes económicos, placer…) y, sobre todo, de la virtud para encauzar la parte irracional del alma.
Aunque Aristóteles habla de diversos ideales de felicidad en relación con distintas formas de vida, considera la autarquía- capacidad de bastarse a sí mismo- como piedra de toque de la felicidad.
Feliz, en último término, sería aquel que como un dios “no necesita de nada ni de nadie”.
El sentido práctico que inspira la ética aristotélica, sin embargo, no impide que, siguiendo las huellas de Platón, postule el ideal del sabio que está consagrado a la actividad teorética (lo más elevado y “divino” que hay en el ser humano) como forma suprema de felicidad.
Si Aristóteles afirma que la felicidad consiste en la actividad contemplativa, es porque esta actividad más que ninguna otra se ejerce de forma autárquica. Esta forma de felicidad constituye un ideal, pero mientras no alcancemos esta perfección o para quienes no sea posible alcanzarla, no son despreciables niveles intermedios de perfección o de felicidad que incluyen ciertos bienes exteriores como ya hemos mencionado.
Además, aunque la situación ideal de la vida del hombre a la que apunta Aristóteles haría de él un ser más que humano y, por lo mismo, autárquico hasta el punto de no necesitar vivir en sociedad, sin embargo el hombre en cuanto ser natural es un “animal político”, es decir, social por naturaleza. Esto hace que la felicidad humana sólo sea alcanzable en la ciudad.
(AA.VV. Paradigma 2. Historia de la Filosofía. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2003. AA.VV. Historia de la filosofía 2. Editorial Casals. Barcelona. 2016)